La ciencia nos acerca a un mundo sin alzhéimer
Publicado el 15/03/2024
Los miles de millones de neuronas que dan forma a nuestro cerebro (y al de muchos otros seres vivos) constituyen la esencia misma de nuestra identidad, de nuestros recuerdos, de nuestro lenguaje y de nuestra creatividad. Sin embargo, en el cerebro, las cosas no siempre funcionan tal y como deberían.
El alzhéimer es, en la actualidad, la causa más común de demencia en todo el mundo. Se trata de una enfermedad neurodegenerativa que provoca la muerte progresiva de las neuronas y un deterioro gradual en la memoria, el razonamiento, el comportamiento y las habilidades sociales. Según la Organización Mundial de la Salud, se estima que hay 50 millones de personas afectadas por el alzhéimer en todo el mundo y cada año se detectan aproximadamente 10 millones de nuevos casos. En España, se estima que afecta a 900.000 personas, una de cada diez de más de 65 años y un tercio de las personas mayores de 85, según datos de la Fundación Pasqual Maragall.
En el marco de la Semana del Cerebro, hablamos con Arcadi Navarro, director de la Fundación y de su centro de investigación, el Barcelonaβeta Brain Research Center, acerca de los últimos hallazgos y posibles tratamientos para el alzhéimer, así como las perspectivas futuras para hacer frente a las enfermedades neurodegenerativas en general.
El alzhéimer no es una enfermedad contagiosa, pero un estudio reciente indica que sí puede ser transmisible (aunque es raro). ¿Qué significa esto?
Este estudio sugiere que es posible que se produzca transmisión iatrogénica de una patología similar al alzhéimer. Cuando hablamos de transmisión iatrogénica nos referimos a la propagación de una enfermedad o afección como resultado directo de un tratamiento médico o de intervenciones realizadas por profesionales de la salud.
El estudio examinó el caso de varios pacientes en Reino Unido que hace décadas recibieron un tratamiento basado en hormonas del crecimiento extraídas de cerebros. Este procedimiento resultó en que algunas de estas personas experimentaran posteriormente síntomas similares a los de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, y en algunas de estas, se detectaron también síntomas de la enfermedad de alzhéimer años después.
Es crucial subrayar que este incidente no tiene relación alguna con la idea de que el alzhéimer sea contagioso. Este trabajo es muy interesante, porque ilumina la fisiopatología de la enfermedad. Sin embargo, a raíz de esta publicación, muchos titulares hablaron de contagio y fueron muy nocivos para las personas que conviven con la enfermedad. Es importante destacar que este tratamiento no se utiliza en la actualidad y que, de hecho, está prohibido.
¿Cuál sería entonces la diferencia entre transmisible y contagioso?
Una enfermedad contagiosa es una enfermedad que, por su propia naturaleza, por los propios mecanismos de transmisión de la enfermedad, pasa (se contagia) de unas personas a otras, como un resfriado, la gripe o la COVID-19. Una enfermedad transmisible es una enfermedad que en determinadas circunstancias, a veces de forma muy rara, como en este caso, puede llegar a pasar de una persona a otra.
El alzhéimer en modo alguno es contagioso y eso es un mensaje que tenemos que dejar muy claro a toda la sociedad y, particularmente, a las personas que cuidan a alguien que padece alzhéimer.
En el mes de enero se publicó un artículo sobre la detección temprana del alzhéimer mediante un test de sangre. ¿Cuál es la importancia de este avance?
Este artículo confirma que una forma concreta de la proteína TAU, relacionada con el alzhéimer, es detectable en sangre mediante una simple analítica. Esto es algo que ya sabíamos. De hecho, este tipo de test está disponible desde hace un tiempo para los que investigamos la enfermedad. El artículo es interesante porque llega en un momento en el que empiezan a aprobarse los primeros tratamientos de alzhéimer en Estados Unidos y el foco mediático está en la detección precoz.
Es posible detectar el riesgo de acabar sufriendo alzhéimer. Se hace a diario en muchos centros del mundo. En el Barcelonaβeta BrainResearch Center, por ejemplo, hemos comparado la capacidad de los diferentes tipos de test. Ahora bien, estos test todavía no están en los sistemas de salud. Estamos todavía en fase de investigación para encontrar el test más efectivo y barato. Además, tampoco disponemos todavía de tratamientos farmacológicos y hacer un cribado poblacional para detectar el riesgo de padecer una enfermedad que todavía no se puede tratar es complicado.
Aun así, creo que estos test se van a generalizar más temprano que tarde y, de la misma manera que hoy nos medimos la tensión o el colesterol, podremos medir biomarcadores para detectar la demencia. En Estados Unidos, este tipo de prueba ya está disponible, porque también hay aprobado un tratamiento desde enero del año pasado.
¿En España no está disponible?
La Agencia Europea del Medicamento aún no se ha manifestado sobre este tratamiento, no lo ha aprobado y, por tanto, no se puede prescribir en Europa.
Aun así, aunque no existan tratamientos aprobados todavía, conocer con antelación el riesgo de desarrollar alzhéimer permitiría frenar el desarrollo de la enfermedad.
Hoy en día sabemos que hay una docena de factores que, si se controlan, se reduce mucho el riesgo de padecer alzhéimer. Nosotros calculamos que entre un 31 % y un 40 % de los diagnósticos anuales se podrían evitar controlando estos factores de riesgo. Hablamos, por ejemplo, de la ingesta de alcohol, de la salud del sueño, de la diabetes o del ejercicio físico. Por lo tanto, si alguien tiene un riesgo mayor de padecer la enfermedad, podría intervenir sobre estos factores.
Sin embargo, como en el caso anterior, no tenemos todavía sistematizado cuáles son las mejores estrategias. Hay ensayos clínicos y proyectos de investigación en marcha. Necesitamos saber bien qué hacer y cómo implementar las estrategias.
Otro estudio, publicado por el Barcelonaβeta Brain Research Center en diciembre, logró caracterizar la predisposición genética al alzhéimer. ¿Cuál es su importancia?
El alzhéimer tiene ahora mismo dos grandes formas. Una, presente en el 1 % de los casos, es lo que llamamos la forma familiar o hereditaria de la enfermedad. Se debe a una serie de mutaciones muy conocidas en la proteína beta amiloide que causan siempre una sintomatología y una fisiopatología muy similar. La otra, la que experimentan el 99 % de los casos, es una enfermedad en la que conviven factores ambientales y genéticos. Estos últimos no son determinantes, aunque sí que hay una serie de mutaciones, cada vez más conocidas, que aumentan el riesgo de padecer la enfermedad.
Lo que nosotros hemos hecho en el Barcelonaβeta Brain Research Center (BBRC), liderados por una investigadora brillante, Natalia Vilor-Tejedor, es estudiar a fondo la genética de una cohorte de casi 3.000 personas voluntarias sanas con padres que, en la mayor parte de los casos, padecieron alzhéimer. Llevamos más de diez años haciendo seguimiento de estos voluntarios con el apoyo de la Fundación “la Caixa”. Gracias a todos los datos que hemos ido acumulando hemos podido hacer una clasificación genética extraordinariamente buena, con gran nivel de detalle.
Nuestra investigación se suma a una gran cantidad de estudios genéticos que se han ido publicando en los últimos años y que están permitiendo a la comunidad científica detectar cuáles son las variantes genéticas que incrementan el riesgo de la enfermedad de alzhéimer en su forma compleja, esa que sufren el 99 % de los casos.
Este conocimiento es clave para mejorar la detección, el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad. En este sentido, ¿qué rol tiene el consorcio AD-RIDDLE al que pertenece el BBRC?
Estamos en un momento de cambio de paradigma en el estudio y en el tratamiento de la enfermedad. Al fin hay avances y resultados tras muchos años de ciencia y de aprendizaje. Podríamos decir que hay tres grandes elementos que están cambiando: la detección precoz, las intervenciones multimodales sobre los factores de riesgo controlables y los tratamientos que empiezan a aparecer para un porcentaje muy pequeño de las personas que padecen la enfermedad.
Estos avances se producen primero en un laboratorio, pero trasladarlos a los sistemas de salud requiere también de estudios científicos y ensayos clínicos muy serios que tardan años en hacerse. Estamos hablando de una enfermedad que afecta a más de 50 millones de personas en todo el planeta. Tenemos que estudiar cuál es la mejor manera de desplegar estos tratamientos y entender bien cuál va a ser su coste.
Teniendo esto en cuenta, el consorcio AD-RIDDLE busca estudiar cómo implementar en los sistemas de salud europeos la detección precoz y las intervenciones multimodales sobre los factores de riesgo. Busca recabar datos sobre estos dos elementos para trasladarlos a los ministerios de Salud y a los organismos que toman las decisiones. El objetivo último es que el despliegue de estas formas de gestionar la enfermedad se haga de forma eficaz y eficiente.
Hablando de datos y avances, ¿puede la inteligencia artificial tener un papel importante?
Sin duda. Las herramientas de inteligencia artificial (IA) permiten analizar con gran eficacia este gran volumen de datos que se está generando alrededor de las enfermedades neurodegenerativas. Lo hacen mejor que las personas y mucho más rápido. En el BBRC, de hecho, hemos desarrollado algoritmos de IA que permiten estimar el riesgo de desarrollar alzhéimer a partir de una imagen de un cerebro obtenida por resonancia magnética. Es cierto que la inteligencia artificial todavía genera muchas dudas y supone riesgos, pero también es una gran esperanza en muchos campos.
Volviendo sobre los últimos estudios, uno publicado en diciembre por la Universidad de Pensilvania describía un compuesto que revertía algunos signos de la enfermedad en ratones.
En el estudio de muchas enfermedades humanas, incluyendo el alzhéimer, es habitual trabajar con ratones. El problema es que, a la hora de trasladar los hallazgos a humanos, los resultados no suelen ser los mismos. A veces, el tratamiento no tiene el mismo efecto en el humano que en el ratón. En otras sí se logra el mismo efecto, pero se producen efectos secundarios que no son aceptables en humanos.
Es decir, estamos ante líneas de investigación muy interesantes, pero no hay que ser excesivamente triunfalista. Quedan años de trabajo para ver si ese estudio o cualquier otro de los muchos que se publican cada año con ese tipo de metodología acaban siendo de utilidad para frenar el alzhéimer.
¿Cuáles son las principales vías de investigación abiertas para encontrar formas de revertir o detener la degeneración del tejido cerebral?
Durante muchos años, hasta el 2019, la industria farmacéutica y el mundo de la investigación se centraron en buscar un tratamiento para las personas con la enfermedad ya en un estado avanzado. Buscaban frenar o revertir la neurodegeneración en personas con unos síntomas muy claros. El gran problema con esta estrategia es que es equivalente a intentar resucitar los árboles después de que el bosque se haya quemado.
¿Cómo resucitamos a las neuronas? ¿Cómo hacemos para que vuelvan a tener la misma función, el mismo contenido, la misma memoria? ¿Cómo recuperamos los recuerdos? No lo sabemos. Por eso se está cambiando de estrategia y se está empezando a trabajar en fases muy tempranas de la enfermedad y en la detección precoz. Ya no hablamos tanto de recuperar el bosque, sino de evitar el incendio. Y estamos teniendo resultados esperanzadores.
El medicamento aprobado en Estados Unidos, por ejemplo, demuestra que eliminando la acumulación de proteína beta amiloide en el cerebro se consigue frenar la neurodegeneración. Ahora mismo, hay ensayos clínicos en marcha en los que nosotros participamos para dar el medicamento a personas que no tienen la sintomatología, pero sí biomarcadores a niveles muy altos. Si se consigue retrasar la aparición de la enfermedad, podremos empezar a hablar de tratamientos preventivos. De la misma manera, existen muchas otras estrategias terapéuticas que se están estudiando.
El sueño de la Fundación Pasqual Maragall, al final, no es curar el alzhéimer. Es evitar que el alzhéimer aparezca. Soñamos con un mundo sin alzhéimer por la vía de la detección precoz y la intervención antes de la aparición de los síntomas.
Hemos hablado de muchos estudios. A veces, las personas de fuera del mundo de la investigación no entendemos bien cómo funcionan estos ensayos o incluso podemos leer afirmaciones erróneas en los medios que nos llevan a tener falsas esperanzas. ¿De qué manera pueden informarse las familias de personas con alzhéimer?
Nuestra obligación como científicos y como miembros de la Fundación Pasqual Maragall es informar e informar bien. Tenemos muy claro que este es uno de nuestros deberes principales y para esto hacemos muchísimas cosas. Nuestro blog es una de las vías de información más inmediatas y, de hecho, es el más visto en España y Latinoamérica sobre temas relacionados con el alzhéimer. Allí publicamos artículos sobre todos los temas que hemos cubierto en esta entrevista, artículos que además vamos actualizando constantemente.
Como conclusión, ¿cuál ha sido el avance alrededor del alzhéimer más significativo de los últimos años?
Vivimos un momento de cambio de paradigma en la investigación y el tratamiento del alzhéimer. Hemos demostrado que podemos detectar la enfermedad antes de que manifieste sus síntomas, con 10 o 15 años de antelación. También hemos demostrado que podemos retrasar la aparición de la enfermedad cambiando nuestro estilo de vida, reduciendo la ingesta de alcohol, cambiando la dieta o haciendo más ejercicio. Y, por último, hemos desarrollado los primeros fármacos que permiten modificar el curso de la enfermedad, que permiten empezar a frenarla. Estas tres líneas nos acercan a un mundo sin alzhéimer, el mundo con el que soñamos.