miércoles 28

La Amazonia y los bosques inundados

Publicado el 28/01/2015

Por Álex Pérez Jiménez, Área de Ciencia y Medio Ambiente de Obra Social «la Caixa».

La actividad humana provoca la desaparición anual de millones de hectáreas de selva tropical y, con ella, desaparecen los seres vivos que cobija: la mitad de las especies conocidas viven en los bosques tropicales. La selva amazónica, que no es ajena a este desastre, ya ha perdido un 18% de su superficie.

La selva amazónica abarca una extensión de cinco millones de kilómetros cuadrados, de los que 150.000 están ocupados por los bosques inundados. En concreto, la Amazonia brasileña comprende 70.000 kilómetros cuadrados de bosque inundado, un 2% de la superficie total. Los bosques inundados se forman tras las lluvias y el consiguiente crecimiento del caudal de los ríos. Este crecimiento, que se repite regularmente cada año, permite la existencia de este tipo de ecosistemas y la adaptación de las especies vegetales, al pasar parte del año sumergidas.

Algunos de estos bosques permanecen anegados cerca de ocho meses al año y, en la parte central de la cuenca, las crecidas se extienden hasta veinte kilómetros selva adentro, lo cual llega a causar un ascenso del nivel de agua de hasta quince metros en algunas regiones.

Imagen de la nueva museografía «Una nueva mirada al bosque inundado» de CosmoCaixa.

Cuarenta metros por encima del suelo está el dosel, un mosaico de copas de árboles soportadas por enormes troncos. Aunque parezca increíble, este es el hábitat más productivo y diverso del planeta ya que el 40% de las especies del mundo pasan sus vidas entre estas ramas. Los árboles del dosel son altos, pero algunas especies crecen todavía más hasta sobrepasarlo: son los denominados árboles emergentes, como la ceiba, que pueden llegar a los sesenta metros y son los preferidos por las águilas arpías para construir su nido. A esa altura los árboles no tienen competencia de otros por la luz, pero quedan expuestos al viento que los azota durante las tormentas.

Los helechos, los cactus, las bromelias y las orquídeas son epífitas: plantas que crecen sobre otras. Las plantas epífitas de la selva cubren las ramas del dosel, lo que les permite estar cerca de la luz. Sin embargo deben resolver el problema de obtener agua y nutrientes. Muchas especies han desarrollado formas para retener el agua en su fronde y acumular hojas caídas alrededor de su base. Muchos animales emplean estas plantas como escondite o como bebederos, lo que ayuda a soportar la diversidad del dosel. Algunas ranas, incluso, realizan las puestas en el agua acumulada entre las hojas.

Los árboles tienen hojas diseñadas para captar tanta luz solar como sea posible. La actividad fotosintética de la selva se da en esta zona, y el 90% de las especies que la habitan son insectos, los principales polinizadores. Los árboles invierten al principio toda la energía para crecer hasta alcanzar la altura que les permita acceder a la luz. Posteriormente, destinan prioritariamente la energía a producir flores, frutos y semillas. La luz que atraviesa el dosel es captada por otros de menor altura. La mayoría son palmeras y árboles delgados adaptados a la sombra, de modo que existe toda una organización vertical. Esta diversidad de hábitats significa también diversidad de especies. Entre el dosel y el suelo se dan muchas diferencias microclimáticas y prosperan diferentes especies de plantas adaptadas a las condiciones de cada estrato. La heterogeneidad vertical se traduce, también, en una amplia diversidad animal, por eso no es extraño encontrar más mamíferos arborícolas, y muchas especies pasan su vida en una determinada altura sin competir por los recursos de otro estrato.

Agutí (Dasyprocta leporina) y nuez de Brasil. Ilustración de Eduardo Saiz.

El suelo de la selva es oscuro, estable y extremadamente húmedo. Solo llega un 1% de la luz, y sus pobladores subsisten de lo que cae desde arriba, ya sea un tenue rayo de luz, hojas muertas o fruta madura. Muchos son descomponedores de las hojas. Termitas, ácaros, bacterias y hongos se encargan de reciclar la materia orgánica devolviendo los nutrientes al suelo casi tan rápido como llegan. Gracias a que la humedad y la temperatura son altas, son capaces de descomponer, en solo seis semanas, la mitad de las hojas que caen. Cuando un árbol muere y cae, se abre un cañón de luz, y es el momento que muchas semillas estaban esperando para germinar.

En los primeros centímetros por debajo de la superficie del suelo de la selva hay muy pocos nutrientes, por eso los árboles se ven obligados a extender sus raíces por la superficie. Además, establecen relaciones simbióticas con unos hongos, llamados micorrizas, que pasan los nutrientes al árbol, y este los premia con azúcares sintetizados en las hojas nuevas del dosel.

En el trópico, los frutos son un alimento abundante y relativamente disponible durante todo el año, lo que explica el gran número de animales frugívoros. Los animales son excelentes dispersores de semillas, y años de coevolución con las plantas han permitido que estas elaboren apetitosos frutos con los que atraer, entre otros, a primates y aves que los ingieren y, al desplazarse, dispersan las semillas intactas. Es lo que se conoce como zoocoria. Un árbol frutal paga un alto precio por utilizar los animales como dispersores: una cantidad estimable de semillas se pierden.

Imagen del espacio museístico sobre «Una nueva mirada al bosque inundado» en CosmoCaixa.

Algunas plantas no invierten energía en producir frutos. Así, hay árboles del dosel y plantas trepadoras o epífitas que prefieren dispersar sus semillas mediante el aire o el agua. Si las semillas cayeran por simple gravedad, se concentrarían todas al pie de la planta que las produce, lo que impediría la conquista de nuevos territorios. Las semillas pueden ser pequeñas y dejarse llevar por la brisa, a veces envueltas en una especie de algodón, o tener una o varias «alas» que les permiten planear o descender en un giro caótico que las aleje de su progenitor. A veces caen en el agua, y la misma estructura que les permite volar les sirve para navegar, lo cual, en un lugar como la selva amazónica, no es mala idea. Para ello, las semillas han de tener buena flotabilidad y buena impermeabilidad. Muchas especies del bosque inundado aprovechan la crecida de las aguas para dispersar sus semillas. Algunas combinan la navegación con otras formas de desplazamiento, como, por ejemplo, conseguir que se las coman los peces. Los mayores consumidores de semillas en el bosque inundado son los peces y, por eso, muchas especies de árboles fructifican en el periodo de inundación.

Si quieres profundizar en este tema, ven a conocer «Una nueva mirada al bosque inundado», la nueva museografía asociada al bosque inundado inaugurada con motivo del 10.º aniversario de CosmoCaixa. Podrás descubrir más curiosidades sobre la flora y la fauna a través de interactivos y colecciones de semillas, peces e insectos, entre otros recursos.

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